
La iniciativa de incorporar a la vida cívica en su máxima expresión, como lo es el voto, a los jóvenes a partir de los 16 años de edad, ha motivado sin duda innumerables reacciones y provocado diferentes posturas que hablan por sí mismas de la evidente ruptura transversal que en la agenda sociopolítica puede generar una idea.
Una ruptura para bien, abarcadora por sobre todas las cosas y motivadora sin distinción de ideologías, clases sociales o grupos etarios. La discusión se instaló casi inmediatamente de conocida la
iniciativa, tanto en el plano nacional como provincial con su pertinente correlato local con un proyecto semejante.
Y no es poco decir que no haya prácticamente sector de la sociedad que se haya podido plantear como prescindente de manifestarse al respecto. Es más, no ha prendido ni dado fruto intento alguno de presentar como indiferente al debate
por la convocatoria a votar a los jóvenes. Y es allí donde está la clave: en la misma juventud.
Porque en la sociedad actual no están los jóvenes fuera del foco central del ideario colectivo como en otros tiempos, son protagonistas, parte activa y medular del proceso político de reconstrucción del tejido social y motor del regreso de la discusión política a las mesas familiares.
Por ello, sea cual fuere la posición que adoptemos frente al tema, frente a los concretos proyectos de ley que buscan habilitar el voto a los 16 años en forma optativa y voluntaria, lo que no
debemos ni podemos, es mantenernos ajenos.
A DISCUTIR
Debemos desde nuestra responsabilidad cívica tomar partido, comprometernos y dar discusión sobre la posición que tengamos frente al asunto, porque nuestro futuro, nuestros jóvenes, merecen que como sociedad nos demos el debate. Vacíos y abstractos quedan en los tiempos que corren los argumentos fáciles.
Quien diga que no están preparados deberá trabajar mucho para demostrar alguna razón valedera. No podemos soslayar la fuerza, la inquietud y la impetuosa necesidad de participar que expresan desde adolescentes quienes hoy son invitados a participar de la integradora idea de poner sobre la mesa de las grandes cuestiones cívicas a su oportunidad de sufragar. Porque se trata de eso, de una “oportunidad”, ya que justamente es el carácter voluntario el que respaldará a los seguramente miles y miles de chicos que, con la emoción de ser parte de las grandes decisiones, se volcarán con orgullo a las urnas si decidimos, como sociedad, autorizarlos a tan grato acto de responsabilidad.
El debate es ineludible. La toma de una decisión de semejante grandeza para definirnos por aquello que realmente consideremos mejor para nuestra democracia está esperándonos. No es posible mirar hacia otro lado.
EDUCADOS
El gran cambio de paradigma que ha experimentado en la Argentina de la última década la educación como política de Estado es unas de las bases en las que debe hacerse pie para dar discusión sincera al proyectado voto a los 16 años.
Nuestro país vuelca hoy muchísimos más recursos de su esquema económico a la educación pública y a la de gestión privada, que en los olvidables años del neoliberalismo. Y la repercusión de ello, sumada a un sistema educativo en evolución constante y a la irrefrenable dedicación por mejorar los alcances del mismo, está a la vista.
La inclusión de los herederos de nuestro tiempo a través de la educación obligatoria (hasta la secundaria inclusive), de la incorporación de tecnología, del reconocimiento de cada vez más derechos, los vuelve claros merecedores de que nos sentemos a pensar en ellos en cuanto a su vida cívica.
Por otra parte, el renovado rol de la mencionada educación en cuanto a la formación cívica debe ser el siguiente desafío. Plantearnos a propósito de incluir optativamente en los padrones a los más jóvenes, la necesidad de reforzar, desde el aspecto académico, docente y programático también la incorporación temprana y profunda del conocimiento del sistema político que sustenta la democracia.
En definitiva, no se trata solamente de esgrimir los porqués de la oportunidad y conveniencia de que voten o no, se trata de ir a fondo en la profunda integración de las razones por las que deben sentirse, y de hecho ser parte, del sistema que los contiene, los educa, los asiste y los forja como mujeres y hombres protagonistas plenos del futuro cercano.
No debemos negarles a nuestros jóvenes la necesaria incorporación de su realidad al panorama integral de la conformación de una sociedad más abarcadora, inclusiva y universalizada, también en sus valores cívicos.
Stella Maris Leverberg
Diputada de la Nación